miércoles, 17 de marzo de 2021

El canto de una vida

Traté de esquivar la mirada del niño raro, pero cada vez que levantaba la vista del libro, sus ojos estaban ahí, fijos, infatigables. Comprendí que no había escapatoria y me dejé atrapar por aquellas pupilas en las que, vencido, me sumergí. Noté un roce tibio en la piel, como si me acariciara el agua remansada en un estanque. Durante largo rato buceé sin rumbo en medio de la oscuridad. Sin embargo, poco a poco, pequeños destellos de luz derrotaron a las sombras. Así, metro a metro, chispazo a chispazo, avancé hasta lo más profundo. Allí me esperaba el niño raro, sentado al borde de un remolino. Con un levísimo gesto, me invitó a saltar. Y, así, juntos, agarrados de la mano, nos lanzamos a explorar su mundo. Y, mientras el agua nos envolvía y arrastraba, oía la risa alegre del niño, el revoloteo de los pájaros, la voz del viento entre las espigas, el burbujeo de los peces, el misterioso susurro de las rosas, una vida que se abría y cantaba.

C.M.SB.

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