sábado, 23 de agosto de 2025

Tus palabras

Lees en la mañana, sentada sobre la hierba, con la única compañía de Tito. Y te sumerges en las palabras como si bucearas en un agua profunda y cálida. Nada te distrae. Te agarras a la historia y te dejas llevar y, poco a poco, te vas alejando. Desaparece el tiempo, se borra todo lo que te rodea. Y llegas a tener la sensación de no estar del todo despierta sino inmersa en una realidad que no es la tuya, en un mundo que no te pertenece y que a la vez es solo tuyo. Es una sensación placentera y extraña. Como un viaje hacia dentro de ti misma, encaramada a lomos del libro. Y cuando levantas la vista, te sorprende la luz del día, la mirada de Tito, el verde del césped, las pisadas de alguien que se acerca. Y, de pronto, te sientes como el que regresa a casa y se asombra de encontrar todo tal y como lo dejó antes de marchar. Parpadeas por fin despierta. Y te despides de las palabras escritas por otra mano y ansías el momento de escribir estas, las tuyas. 

C.M.SB. 


Fotografía: C.M.SB.
 

sábado, 16 de agosto de 2025

Infinita, fugaz

Del viaje recordarás el nombre de ciudades y pueblos, la majestuosidad de monumentos, las multitudes de turistas, la maravilla de los paisajes. Y la compañía, por supuesto. Pero es muy probable que no recuerdes los pequeños descubrimientos, los diminutos destellos: el borde de esa sombrilla movida por el viento, esos dos pájaros posados en un cable, el juego de la luna en el agua, el sabor delicioso de un arroz, esa ropa tendida, el gesto de esa niña que se lleva a la boca una mano empapada de mar. Es lástima que se olviden tan pronto esos minúsculos instantes de una belleza tan infinita como fugaz. 

C.M.SB.

Foto: C.M.SB.


sábado, 2 de agosto de 2025

Palabras para hoy

Quizá imaginar sea recordar cosas que todavía no han sucedido.

Leonera

(Fernando León de Aranoa)




viernes, 1 de agosto de 2025

Sin título

Se cansó de caminar. Hacía demasiado calor. Y, a pesar de que no había sombra alguna, el niño raro se sentó sobre la hierba reseca por el sol. Inclinó el cuello y miró al cielo guiñando los ojos. Ni una nube, ni un asomo de viento. El niño apretó los párpados y convocó a la nieve con el convencimiento de ser escuchado. Poco después, mientras el calor seguía quemando la pradera, unos copos diminutos comenzaron a caer sobre su cuerpo. La nieve cubrió por completo el rostro y dibujó un cerco blanco entorno a su sonrisa. 

C.M.SB.

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