Y, al llegar a casa, descubrió que en la mochila se había quedado un trozo de nube y, contemplándolo, comprendió que no es bueno tener siempre, siempre, siempre los pies en el suelo.
Lejos
(Pablo Albo)
Y, al llegar a casa, descubrió que en la mochila se había quedado un trozo de nube y, contemplándolo, comprendió que no es bueno tener siempre, siempre, siempre los pies en el suelo.
Lejos
(Pablo Albo)
Como cada tarde, el niño raro contempló cómo bajaba la marea. Ante sus ojos, de una forma casi imperceptible, el mar se alejaba de la orilla y dejaba tras de sí su fondo marino, esa arena empapada sobre cuya superficie quedaba un rastro de conchas y de algas varadas, de surcos ondulantes a través de los cuales se podía adivinar la dirección que habían seguido las olas. Al niño le gustaba hundir los pies en esa humedad cálida y acogedora, seguir el camino que antes había habitado el mar, andar para ir a su encuentro. Y, una vez alcanzada el agua, dejarse flotar como una barca a la deriva, los ojos cerrados al sol, abandonado todo su cuerpo a ese mar que seguía ensimismándose, replegándose en esa timidez en la que al niño le gustaba navegar en cada atardecer.
C.M.SB.
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¿? |
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Escultura: Sonia Cardunets |
La noche va ganando ya terreno al sol. Vuelves a casa bajo la tenue luz de las farolas y atraviesas el parque. Un grupo de vecinos charla junto a un banco, tal vez esperando un fresco que aún tardará en llegar. Hay una niña balanceándose en el columpio. El pelo le tapa la cara y es imposible verle el gesto. Y tú, tan dada a inventar, empiezas a escribir en tu mente la pequeña historia de una niña que se impulsaba con sus propias piernas para subir muy alto, para rozar con los dedos de los pies las estrellas de una noche de agosto.
C.M.SB.
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¿? |
Escribir y despegarte del suelo.
Aspirar el aire y enroscarte en su aliento fresco.
Caminar de puntillas, con los brazos abiertos, con la cabeza ligera.
Vaciar el corazón para llenarlo de nuevo.
Esparcir semillas a puñados.
Buscar una tierra buena.
Y crecer.
Extender la mano para agarrarte a esa rama que baila.
Y bailar con ella.
Disfrutar de este instante.
C.M.SB.
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¿? |
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¿? |
Hoy te has despertado conmigo, Bosque. Desde muy temprano, te he oído en esa canción que conocí recientemente y que, a saber por qué, me permite encontrarme contigo, en cada palabra, en cada acorde. Hoy me has acompañado en el paseo de los árboles y te he visto, como en aquel otro tiempo, olisqueando la tierra, buscando esos aromas que siguen escondidos y reservados solo para ti. Hoy he visto tu sombra entre las sombras vivas del camino. Hoy, Bosque, como tantos otros días, tu nombre me invita a perderme en la alegría de aquellos pasos, de todas aquellas mañanas.
C.M.SB.
Fotografía: C.M.SB. |
Hoy está húmeda la mañana. Respiro hondo para que este aire tan limpio, tan húmedo y tan puro de montaña me llegue hasta lo más hondo de los pulmones. Este aroma de tierra y de árbol y de mañana. No me extraña que la gente de aquí arriba sea más buena, más auténtica, más humana, si respiran este aire todos los días. Y beben agua de este río. Y contemplan todos los días la belleza de estas montañas mitológicas, tan hermosas que duele en el alma.
Canto yo y la montaña baila
(Irene Solà)
Fotografía: C.M.SB. |