Se pone a horcajadas en la rama más alta, en la noche de luna llena. Y pregunta. Pregunta a la luna y observa su rostro blanco y mudo. La espera se hace larga, las palabras no llegan. La muchacha se inclina, se abraza a la rama que la sostiene y siente en su piel el tacto rugoso de la madera. De pronto, siente calor en los brazos, en las piernas. Y es que la luna proyecta su luz sobre cada miembro de su cuerpo. La muchacha alza la mirada y la claridad se abre camino en sus ojos. Contempla lo que la rodea, lo que hay más allá de la rama. El mundo brilla. Ahí está la respuesta.
C.M.SB.
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