Es negro. Y tiene las orejas largas, abiertas como dos alas. Corre entre la hierba, suelto, libre. Si le observas, parece que sonríe. Se detiene bajo los árboles y olisquea la tierra con fruición. Por un momento, tratas de imaginar qué aromas ascienden hacia su cerebro. Imaginas el olor intenso de la tierra, de las hojas caídas, de las briznas de hierba, del hielo de la mañana, de toda esa vida diminuta y oculta que bulle bajo nuestros pies. Por un momento, sientes el impulso de tumbarte sobre esa tierra para pegar tu nariz al suelo y aspirar todos los matices. Y así, ir al encuentro del origen, de lo natural y sencillo, para buscar las raíces del mundo, para descubrirlo y amarlo como si fuera virgen, nuevo.
C.M.SB.
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