Mis hijos me llaman loca porque hablo con las plantas, pero no con las palabras con las que les digo a ellos que se laven los dientes. No, con ellas me expreso en un idioma nuevo e inventado. Les hablo bajito para que mi aliento sea como una brisa suave que acaricia sus hojas. Mis sílabas son largas como sus tallos y mi tono es tan húmedo y fresco que deja gotas de agua sobre los pétalos de las flores. Mi jardín es verde y frondoso y, por las noches, antes de dormirme, oigo el susurro de las plantas que hablan entre sí, en ese idioma aprendido de mi boca. Sí, antes de dormir les oigo contar las anécdotas del día. Y cada una de sus palabras me trae un aroma distinto que me adormece y me ayuda a inventar nuevos sueños.
C.M.SB.
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