El río dibujaba ambas orillas con mano suave. Atravesaba el bosque y se hacía espejo de árboles y matorrales. También del cielo de verano. Sus aguas claras, nacidas de alguna montaña, bañaban los pies del niño raro. Se colaban entre sus dedos y el frescor trepaba por sus piernas y se prolongaba hasta sus mejillas. El río ponía palabras en la boca del niño raro, canciones que habían traído las lluvias y los manantiales. Los pies del niño raro tamborileaban en el agua, y el río, contento, le besaba la cara y le dibujaba remolinos en el pelo.
C.M.SB.
(Dedicado a Ana Fernández Encabo)
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Debes escribir. Estoy tan convencida... Gracias por el regalo de tus palabras.
ResponderEliminar¿Has borrado tú tu comentario, Ana? ¿O lo he borrado yo sin querer?
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