Tengo la certeza de que he escrito tres palabras mal, pero ya no hay remedio. La carta ya está dentro del buzón y no puedo recuperarla. Así que allá van esos tres vocablos, cuyas sílabas descolocadas, los han transformado en algo confuso y sin sentido. Me pregunto qué pensará el destinatario del mensaje. Quizás crea que son palabras de mi invención y trate de averiguar cuál es su intención oculta. O es posible que piense que le estoy invitando al juego de ordenar las sílabas y encontrar la palabra que se esconde en ese revoltijo de letras. Podría plantearse también si yo estaba suficientemente lúcido o sobrio en el momento de escribir. O quizás recuerde que mi gata tiene la costumbre de pasearse sobre el teclado para cambiar, sin ningún tipo de remordimiento, el orden que yo trato de establecer en mis textos. Ahora que lo pienso, esas tres palabras mal escritas han aumentado las posibilidades de que mi receptor me conteste. Espero que lo haga y pronto. Hasta entonces, en las noches en blanco, me entretendré inventando explicaciones para mis tres errores. Siempre me ha aburrido contar ovejas.
C.M.SB.
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