Observas a la mujer. Está muy quieta. Un cuerpo rígido en medio de la ciudad. Su melena, lisa y perfectamente ordenada. La miras y te concentras. Entornas los ojos. Borras los edificios, das movimiento a sus hombros, doblas suavemente su cuello, cierras sus párpados. Entonces dibujas árboles, ramas cuajadas de hojas verdes. Soplas con fuerza y su pelo se eleva, flota en el aire y casi llega a confundirse con la frondosidad del paisaje. El juego es divertido y, además, funciona.
C.M.SB.
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