Allá, bajo las aguas, hubo un día una aldea. Y en la aldea, una pequeña iglesia. Piedra a piedra, aquel edificio fue rescatado mucho tiempo después del fondo del lago. Manos afanosas arrancaron sus líquenes y bruñeron las campanas. Y, piedra a piedra, volvieron a levantar la pequeña iglesia en una ciudad, muy lejos del lago y de aquellas montañas. Cuentan que, de vez en cuando y de forma inesperada, sopla sobre la iglesita una brisa viajera, un aliento húmedo y cargado de esencias del pasado. Cuentan que la brisa se hace viento y el viento mueve las campanas. Y que cuando estas doblan, cantan con la voz profunda y remota del agua.
C.M.SB.
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