Pagas el café y sales a la calle. Al cerrarse la puerta tras de ti, te detienes en una idea. Obvia, probablemente absurda. Durante media hora, durante esos minutos en los que se han mezclado la lectura, las noticias televisadas de la primera hora, las conversaciones en la barra y el sabor del café, has tenido la sensación de formar parte de una pequeña comunidad. Te parecía que tu vida, de alguna manera, estaba enlazada con esas otras vidas. Pero, al cerrar la puerta, caes en la cuenta de la independencia de cada ser, en su absoluto ensimismamiento, en ese mundo único y solitario que se traslada con nuestro cuerpo, en la ininterrumpida convivencia con uno mismo. Cierras la puerta y es como si esas otras vidas dejaran de existir. Ya no las ves, ya no las oyes. Seguirán discurriendo fuera de tu alcance, como la tuya fuera del suyo. Esa media hora os ha hecho coincidir en el mismo espacio, a la misma hora, bajo la misma luz. Algo se ha compartido. Después, cada uno seguirá con su propia historia, en otro lugar, en otro ambiente, con otros testigos. Después, se cerrarán otras puertas.
C.M.SB.
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