Lees en la mañana, sentada sobre la hierba, con la única compañía de Tito. Y te sumerges en las palabras como si bucearas en un agua profunda y cálida. Nada te distrae. Te agarras a la historia y te dejas llevar y, poco a poco, te vas alejando. Desaparece el tiempo, se borra todo lo que te rodea. Y llegas a tener la sensación de no estar del todo despierta sino inmersa en una realidad que no es la tuya, en un mundo que no te pertenece y que a la vez es solo tuyo. Es una sensación placentera y extraña. Como un viaje hacia dentro de ti misma, encaramada a lomos del libro. Y cuando levantas la vista, te sorprende la luz del día, la mirada de Tito, el verde del césped, las pisadas de alguien que se acerca. Y, de pronto, te sientes como el que regresa a casa y se asombra de encontrar todo tal y como lo dejó antes de marchar. Parpadeas por fin despierta. Y te despides de las palabras escritas por otra mano y ansías el momento de escribir estas, las tuyas.
C.M.SB.
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Fotografía: C.M.SB. |
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