Paseas bajo la lluvia. Sostienes la correa de Frida. Sujetas el paraguas. Tratas de encender un cigarro. La rueda del mechero gira sin éxito bajo tus yemas arrugadas, entumecidas. De pronto, te pesa todo: la correa, el paraguas, el cigarro, la calle, los zapatos mojados. Y te viene la visión. Lanzas el paraguas al aire. Tiras el cigarro y el mechero en la primera papelera. Sales de las calles y te adentras en un camino. Te desprendes de los zapatos de dos puntapiés. Sueltas a la perra. Olvidas el camino y eliges pisar la hierba. En cada zancada, te quitas una prenda: ahora los calcetines, luego, el plumas, más tarde, los pantalones y el jersey... Corres como si quisieras dejar atrás al propio viento. El agua te empapa, se cuela entre tus labios, salpica bajo tus pies. Y Frida trota a tu lado. Parece que sonríe. Claro que sonríe. Al fin, las dos sois libres.
C.M.SB.
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