Durante un tiempo, el niño raro caminó con la cabeza gacha, los ojos siempre puestos en el suelo. Parecía que le pesara la frente, como si en ella guardara demasiados pensamientos, demasiados temores. Alguna vez, muy de vez en cuando, llegaba hasta sus oídos un murmullo lejano, un mensaje indescifrable y tímido. Sin embargo, un día, el murmullo cobró la fuerza de cientos de voces y el mensaje se hizo nítido y poderoso. De pronto, el niño sintió la cabeza ligera y limpia. Irguió el cuello y levantó la mirada. Fue entonces cuando las vio. Sus pétalos eran rojos, aterciopelados, vivos. El niño acercó el oído hasta que su oreja sintió la caricia de las rosas. Qué hermosa era la canción de una nueva primavera.
C.M.SB.
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