jueves, 27 de octubre de 2016

A dos tiempos

Las dos estaban sentadas sobre la arena, muy juntas. La niña lucía un bañador rojo, con pececitos verdes y azules. Se aburría un poco. Su madre mantenía los ojos cerrados y un silencio que ya se prolongaba demasiado. La niña la observaba a ratos. Qué guapa era. También, de reojo, veía a otras dos mujeres sentadas un poco más atrás. La más joven, la que tenía una pequeña cicatriz en la mejilla, no dejaba de mirarla, como si la conociera de algo, como si estuviera tratando de recordar dónde la había visto antes. No le gustaba que la mirasen con tanta atención. 
La niña dejaba escurrir los granos de arena entre los dedos y dejaba pasar el tiempo. Se aburría un poco, sí, pero también, de alguna manera, tocaba la felicidad en esos minutos lentos.

La mujer se acarició la mejilla y recorrió con una yema el breve recorrido de una cicatriz. Miraba muy fijamente a un punto concreto, vacío, pues no había nadie más en aquella playa. Recordaba. Pensaba en aquel día lejano, cuando era aún una niña y su madre, todavía joven. 
Miró a la anciana que estaba sentada a su lado. Tenía los ojos cerrados. Aún era guapa. ¡Qué bonito aquel bañador rojo, con pececitos verdes y azules! ¡Qué hermoso el día aquel!

C.M.SB.


sábado, 22 de octubre de 2016

La mañana...

ha amanecido gris. Las gotas adornaban las vallas y las hojas amarilleaban el camino.  Una grúa roja apuntaba al cielo y el ruido de un avión me ha hecho pensar en la gente que iría dentro a saber con qué rumbo. Mi mente saltaba de una cosa a otra hasta que, de pronto, me he detenido a escuchar el jolgorio de los pájaros. Eran muchos los que cantaban a esas horas tempranas del día, cuando Tito y yo paseábamos solos, como si fuéramos los amos del mundo. 

C.M.SB.



miércoles, 19 de octubre de 2016

Palabras para hoy

Sé, desde hace demasiado tiempo, que no hay una memoria sino muchas, que el recuerdo vive perpetuamente cortejado por el olvido, y que en los laboratorios secretos de la mente un montador clandestino selecciona o descarta a su capricho.

Hermanas de sangre
(Cristina Fernández Cubas)


lunes, 17 de octubre de 2016

Día de las escritoras

En el día de las escritoras, comienzo un nuevo libro escrito por una de mis autoras preferidas: Cristina Fernández Cubas. Se trata de una obra de teatro: Hermanas de sangre
Abro el libro sobre la mesa de un bar, junto a un ventanal por donde se cuela la luz gris que nos acompaña hoy. Si extiendo la mano, alcanzo mi inevitable café. Seguro que hay vida más allá de las páginas, pero yo la olvido para dejarme llevar por las palabras. Las voces de las protagonistas, todas ellas mujeres, suenan en mi cabeza y, conforme avanzo en la lectura, cada una de ellas va adquiriendo un rostro, unos gestos concretos. Sus cuerpos cobran volumen y oigo sus pasos cuando se acercan a mí para contarme una historia, la de un crimen sucedido muchos años atrás, en los lejanos tiempos de la infancia.
Ya estoy atrapada.

C.M.SB.

Cristina Fernández Cubas



viernes, 14 de octubre de 2016

jueves, 13 de octubre de 2016

Tan pequeños

Como siempre, leo el dominical de El País con varios días de retraso. Entre sus páginas encuentro la obra de Michele Durazzi. Me impacta de tal modo que no puedo apartar la mirada de esas imágenes. Hay algo hipnótico e inquietante en esos espacios inmensos de colores muy claros en los que aparece la figura humana, muy pequeña, casi insignificante, y, sin embargo, con el protagonismo que adquiere la vida cuando se contempla a través de un microscopio. Sin poderlo evitar, recuerdo un sueño recurrente que me ha perseguido durante años. En él, me veía flotando en el agua. A mi lado, tan cerca que podía tocar su casco con las manos, un barco inmóvil y silencioso, de dimensiones gigantescas, vacío. Recuerdo que siempre me despertaba con el sabor del miedo en la boca. No el miedo a ahogarme o a ser aplastada por aquel monstruo de metal, sino por sentirme tan pequeña, tan perdida y sola frente a lo inabarcable.

C.M.SB.




miércoles, 12 de octubre de 2016

lunes, 10 de octubre de 2016

Una última caricia

Jamás escuché una sola de sus palabras porque su oreja acaparaba toda mi atención. Sí, la oreja izquierda de Anselmo era carnosa, sonrosada y se había desarrollado doblada, como si su dueño, al quedarse dormido en una mala postura durante su niñez, hubiera depositado sobre ella todo el peso de su cabeza y, por tanto,  de su pensamiento, deformándola definitivamente y sin remedio. 
Como decía, nunca presté oídos a sus palabras y, sin embargo, sin ninguna explicación convincente, me casé con él poco después de nuestro primer encuentro.
Nuestra unión se prolongó a lo largo de muchos años, hasta que sobrevino la muerte de Anselmo. Recuerdo que Adelina, aquella amiga fiel que siempre nos visitaba los jueves, trató de consolarme por tan gran pérdida. Yo no me atreví a confesarle que aquel hombre era un completo extraño para mí. De modo que guardé silencio y, tras acercarme al ataúd, dediqué a mi marido una última caricia. Su oreja izquierda estaba más doblada que nunca. También estaba pálida y muy fría.

C.M.SB.

Matylda Jawor

viernes, 7 de octubre de 2016

Palabras para hoy

No importan las cosas que posean o guarden, pensó, los verdaderos solitarios establecen el vacío en los lugares que habitan y en las calles que cruzan.

Invierno en Lisboa
(Antonio Muñoz Molina)


Lisboa